La monja zen argentina que llama a “despertar” a la humanidad
Ariadna Dosei Labbate es una de las pocas mujeres en Latinoamérica que obtuvo el título de shiho en la ceremonia del Dharma, una certificación de transmisión de maestro a discípulo muy importante en el budismo mahayana.
“Creo que los humanos tenemos que despertarnos, la vida es gozo, es maravillosa, es dura a veces, porque es duro habitarse, porque la materialidad es pesada, pero más allá de lo que estamos viviendo es lo que tenemos como tarea y como especie: despertar”, dice Ariadna Labbate, una líder en su corriente espiritual, una maestra que desde hace 30 años realiza prácticas de zazen (meditación con la postura del Buda) y que en abril de 2015 recibió el “shiho”, una transmisión, por parte de su maestro Kosen Thibaut.
Labbate forma parte del linaje del Soto Zen, del budismo mahayana, que tiene 2.500 años de antigüedad. “El ser humano de por sí es amoroso”, dice. “Lo espiritual no es para gente puritana o especial, es simplemente nuestra condición humana”, remata.
Acaba de cumplir 50 y desde sus 20 realiza prácticas espirituales budistas. Se levanta muy temprano a la mañana en su casa de Capilla del Monte, Córdoba, y sube la montaña hacia el Templo Zen Shobogenji, a cinco kilómetros del casco urbano. Allí medita una hora y media y luego comparte con el resto de los practicantes un desayuno tradicional llamado Gen maï (una sopa típica conocida como “de los monjes zen”). Luego, todos se disponen a hacer samu, “trabajo en común para el bien de todos”.
“A veces me quedo el día o varios seguidos, sino bajo al mediodía al pueblo, donde tengo mi casa, a preparar la comida, a compartir con mi hija y a trabajar; porque tengo mi propia vida también más allá del ámbito del zen”. Labbate es mamá de una adolescente de 18 años, es astróloga, brinda talleres de sabiduría ancestral; además, trabajó como coach y mediadora, facilitando procesos de cambio con equipos en organizaciones, escuelas, bomberos, empresas.
Zazen para todos y todas
Aprender a quedarse quieta. Respirar, entrar en la experiencia de la respiración. Estirar la columna. Las piernas, bien ancladas en la tierra. Desde ese lugar, entrar dentro de una misma. Sentarse como Buda.
Así describe Ariadna la experiencia del zazen: “Desde la materialidad del cuerpo entramos en conexión con la energía del cielo y la energía de la tierra; en una dimensión que es más allá del pensamiento, para darnos cuenta de los aspectos ilusorios de esta realidad, para ir más allá de los velos perceptivos de la consciencia.” Apaciguar el espíritu es eso que muchos mortales modernos anhelamos, entrar en una zona fuera del tiempo y del espacio, donde tal vez no hay miedo porque no hay nada que alcanzar, no hay nada que perder, no hay ningún horario que cumplir. “Si tomamos esa experiencia, nos da mucha libertad. Esto no tiene nada que ver con una experiencia intelectual, no hay que hacer nada más que poner el cuerpo”.
“La práctica del zazen es profundamente revolucionaria del cuerpo y del espíritu. Nos armoniza con el orden cósmico y el orden universal, y esto tiene que ver con un colapso del tiempo (como lo conocemos) y del espacio muy creativo”, dice. Lo original de la práctica, para los monjes y monjas, es deshacerse de cierta estructura o formateo cultural: «Esta modernidad ahora está fuertemente en crisis, es pequeña, es corta, es tirana, es violenta, es desconectada, desacraliza la vida y la existencia. Nos hicieron creer que lo humano es esto, pero practicar zazen te pone en ese espacio de libertad para tomar la vida en toda su intensidad».
«Podemos tomar consciencia de que nuestro verdadero cuerpo es el cosmos entero, que el planeta y el cielo forman parte de nuestro cuerpo, y que esta percepción que tenemos de nuestro ‘yo’ es pequeña y fragmentada. Como si de 360 grados solo tuviéramos presentes 180. Se trata de abrirnos a esa percepción», comenta.
Bendita tú eres
El budismo no es uno, es muchos. Desde la India se desplazó a Asia, específicamente a China, y dio origen -en el Tibet- al budismo tibetano, influenciado por el chamanismo de Siberia. En China se mezcló con el taoísmo y el confusionismo, dando otras imágenes poéticas. Luego pasó a Japón, y allí el Soto Zen –corriente que practica Ariadna- recibió la influencia del maestro Dogen (allá por el año 1200), uno de los grandes patriarcas de la tradición.
“En el año 1992 yo conozco a Kosen Thibaut, mi gran maestro. Estaba por cumplir 23 y había empezado a practicar el zen a mis 20 (luego del fallecimiento de mi hermana entré en una gran crisis, preguntándome por el sentido de la vida). Me quedé profundamente impactada por el espíritu revolucionario, fresco, vital, fuera de los dogmas, de esa corriente”. Para ese entonces, los maestros querían llevar la práctica a la gente común, a los universitarios, a los profesionales. En el año 68, en pleno Mayo Francés, el maestro Taisen Deshimaru empezó a ver en el zazen una posibilidad radical de aporte a la evolución de la conciencia humana, ya en ese momento viendo una crisis en la civilización.
“Al tiempo le pido mi ordenación de monja, que recibo en febrero de 1992. Me vuelvo su secretaria y traductora aquí en América Latina. Viajo a Francia (en ese momento me dedicaba al teatro, pero también quería estudiar neurología). Yo había conocido la práctica del zen por un libro que nos dio a leer un profesor y que se llama Zen en el arte del tiro con arco, de E. Herrigel. Por otro lado, yo venía estudiando mitología y había encontrado un libro sobre el budismo mahayana que me había parecido una descripción del universo y de la vida muy clara.”
Labbate lleva el pelo rapado por una antigua tradición, los monjes lo hacían para develar «el verdadero rostro», parecido al de los bebés, «sin decoración». Todavía recuerda cuando se rapó por primera vez, en su juventud: la sensación de libertad, el viento en la nuca; luego, cuando fue mamá, durante un tiempo se lo dejó largo.
Al menos una vez por mes Labbate realiza un retiro de dos días y medio junto con otros monjes, que a veces le toca dirigir. En el mes de agosto compartirá con los otros monjes en el sangha europeo. Este año le toca dirigir la ultima sesión después del maestro Kosen durante diez días. Kodo Sawaki, Deshimaru y Kosen, sus tres maestros, vivieron vidas religiosas y de monjes más allá de todo dogma. «Los seres humanos queremos hacer iglesias de todo, pero no se trata solamente de lo sagrado o lo religioso, sino de cómo vivimos. El riesgo es no evolucionar, coagularse, ponerse fijo. La esencia del budismo es una vivencia espiritual directa, fresca, pura y viviente», concluye.
Podés seguir a Ariadna Labbate en su página Procesos creativos de desarrollo.